Por José N. Méndez
Aprendes porque se agotan las opciones
porque te han dejado sin ellas
porque la sombra va a la sombra
y la perspectiva queda oxidada en la hinchazón del ojo.
Aprendes porque un día te viste de rodillas
besando el pulgar de la melancolía,
saboreando lo amargo
y a veces agarrándole gusto;
esperando su visita siempre puntal en la madrugada.
Aprendes por cada ocasión que tus alas y toda su luz
fueron comparadas con el fulgor de otras.
Aprendes porque parece dar igual que afiles
la mente y el alma
y puedas del arte crear una constelación;
pues todo eso será obsoleto
si no aprendiste acerca del trozo de madera
y su estrecho vínculo con el clavo
o tu porte es más parecido a lo invisible que a algún artista de antaño.
Aprendes porque el dolor de tus músculos,
la constante punzada del pecho,
el peso de la ropa
la velocidad en tus pulsaciones
y hasta el mensaje que no llega
arriban sorpresivamente cada noche
y se han llevado hasta la última pizca de insomnio.
Aprendes, de las albas que se te acumulan,
de la caminata hacia el parque
de sentarse en el columpio
a por un instante, pensar en nada
y otras veces creer que en otro punto del mundo
alguien en un parque sentado en un columpio
también es un instante en la mente de otro alguien.
Aprendes a reiniciarte,
porque nadie te lo dijo pero es tu derecho
partir de cero
una, dos, tres
y las veces que el alma y el cuerpo
puedan ser capaces de converger con las penumbras
y estas callen, se evaporen, las respires y exhales
una vez al día.